Una nueva generación de mexicanos está siendo concebida y, trágicamente, México no tiene gran participación al respecto, salvo por la singular herencia cultural que continúa transmitiendo a todos aquellos ciudadanos mexicanos que, día a día, llegan a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de vida. Pero qué pasa si la gran oportunidad que ofrece la vida en el país del norte, en contraste a la ofrecida por México, se ve estropeada por el comportamiento retrograda de nuestra gente. Realmente pareciera que buscaran boicotearse de buenísima gana la oportunidad de mejorar su vida.

De entrada, llegan a Estados Unidos y no muestran un interés genuino en integrarse a la cultura anglosajona; al contrario, se familiarizan con los ghettos de la cultura afroamericana, lo que demuestra que el complejo de inferioridad también cruzó la frontera. Por ello, es lamentable que mexicanos radicados en Estados Unidos busquen asociarse a un grupo que mayoritariamente, entre otras características, aún no ha sabido sacudirse el estigma de ser “víctimas de racismo” o desarrollar una identidad propia.
Por su parte, aprender inglés no aparenta ser una prioridad por lo que ni su idioma español ni su idioma inglés son perfectos. Naturalmente el recurso disponible está en hablar nada más ni nada menos que spanglish, aunque eso sí, con variados acentos latinoamericanos, así como con otras expresiones que no son propias de México. Esta de más decir que el resultado es sobradamente oprobioso.
La dinámica familiar es bastante pobre por diversos motivos. Inicialmente las familias permanecen separadas por algún tiempo puesto que el varón mexicano es usualmente el primero en llegar a Estados Unidos y después se encarga de traer al resto de la familia. Ya establecida la familia mexicana en Estados Unidos, las condiciones de vida son terribles ya que en una casa o apartamento viven varias familias y es ésta invasión a la privacidad la que eventualmente desemboca en situaciones de peleas, infidelidades, violaciones sexuales a menores, robos, etc.
Muchas veces las viejas costumbres son compañeras inseparables de los paisanos, hecho que queda demostrado al perdurar la costumbre de que las madres de familia mexicanas no trabajen. El hecho de que, desafortunadamente, en nuestro país sufrían de incontables vejaciones debido a la falta de un ingreso económico bien proporcionado debería servir como motivación para superarse y e incorporarse a la cultura de trabajo de los Estados Unidos.
Asimismo, otro hecho es que el término unión libre, con concepción de hijos, es exageradamente habitual. Como resultado, al no haber un compromiso serio de naturaleza legal ni, posiblemente, sentimental, tras el periodo de separación de los padres los hijos tendrán que lidiar con cuestiones legales en conflicto de reconocimientos de paternidad, patrias potestades, pensiones alimenticias, renovaciones de pasaportes, etc. Ante este fenómeno no existe la menor duda de que generaciones futuras repetirán el mismo patrón, que fuera de un juicio de opinión conservador, probablemente no conduzca a consecuencias positivas ya que no existe un núcleo familiar satisfactoriamente establecido.
De igual manera, existe una gran falta de conciencia de los padres al llamar a sus hijos con nombres que son fruto de una imaginación muy pero muy conceptual. Es difícil entender el hecho de que alguien se atreva a llamar a sus hijos con nombres como “Vincelp Tyler” (¿no querrán más bien decir Vincent con T?), “Edwin Jasmin” (¿acaso Edwin no es un nombre de hombre y Jazmín de mujer?), “Yaindhy”, “Jimmy Jesús” “AB” (por el cantante Abraham Quintanilla) o “Dulio Jafe”. Por su parte, apellidos netamente fruto de nuestra rica herencia indígena como “Pintle” o “Tlamintzi”, se ven estropeados con estas invenciones tan terroríficas, que van de lo horrible y ridículo a lo chistoso.
A su vez, no es adecuada la manera despectiva con que algunos migrantes mexicanos catalogan a este país. El hecho de que ciertos estratos sociales de Estados Unidos manifiesten un marcado rechazo hacia otros grupos sociales, no representa una justificación razonable para obviar algunos beneficios brindados a personas que se encuentran ilegalmente en el país y que, a pesar de eso, pueden gozar del servicio de hospitales, por mucho mejor equipados que los hospitales del Seguro Social en México; del servicio de comedores que ofrecen meriendas sin costo alguno para nuestros paisanos; del ofrecimiento de tratamientos completamente gratuitos para tratar el VIH; de los donativos de algunas organizaciones de caridad para obtener muebles y ropa; de las facilidades para la obtención de créditos hipotecarios; y de la avasalladora difusión de ideales sobre trabajo, que buena falta le hace a muchas personas.
Es un hecho que, en su mayoría, los mexicanos u otros migrantes latinoamericanos no se trasladan a Estados Unidos para establecer su residencia basándose en motivos de esparcimiento y placer. Las miserables circunstancias económicas, sociales y políticas que experimentan en sus países de origen son factores determinantes para que éstos opten por hacer de los países receptores su casa. Naturalmente, no es aceptable que pretendan que no hay nada erróneo al conducirse de manera informal e indebida, como lo hacían en su país de origen ya que esa actitud va a resultar contraproducente para ellos mismos como para otras personas.
El presente escrito no cuestiona de ninguna manera los motivos de estas personas para utilizar a la migración como un medio de subsistencia, ni muchos menos el esfuerzo que sobrellevan cotidianamente para subsistir en los Estados Unidos u otros países, empero es de vital importancia la disposición de migrantes mexicanos en Estados Unidos para integrarse a la cultura norteamericana, así como para erradicar los complejos de inferioridad y los pensamientos mediocres a la hora de tomar las riendas de sus vidas. ¿Hasta cuando le vamos a seguir echando la culpa de nuestros fracasos y faltas personales a otros? ¿Por qué siempre le vamos a echar la culpa al gobierno? Bien dijo Octavio Paz alguna vez que las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo. . . . del miedo al cambio. De lo anterior se desprende que la oportunidad de superarse en los Estados Unidos ahí está, es sólo cuestión de que sea aprovechada por los migrantes mexicanos.
En razón de lo antes expuesto, se puede inferir que la migración en cualquier nivel es una cuestión clave de nuestros tiempos. Es claro que urge regularla y encauzarla para explotar sus aspectos positivos y aminorar sus aspectos o consecuencias negativas y pienso que una clave para hacerlo es estudiando a los individuos que la practican. Me parece lamentable, e incluso algo confuso, el hecho de que generaciones pasadas de migrantes mexicanos en Estados Unidos se hayan conducido de manera distinta a las nuevas generaciones, cada vez más perdiendo valores, perdiendo la esperanza, abrazando la mediocridad y estafando y malversando los recursos que otro gobierno que no es el suyo por default les otorga para vivir una vida más digna que aquella que nuestro país no pudo proporcionarles. Con esas ideas su futuro no será brillante y digno en ningún país al que decidan trasladarse, por más desarrollado que éste sea, así de simple.
La dinámica familiar es bastante pobre por diversos motivos. Inicialmente las familias permanecen separadas por algún tiempo puesto que el varón mexicano es usualmente el primero en llegar a Estados Unidos y después se encarga de traer al resto de la familia. Ya establecida la familia mexicana en Estados Unidos, las condiciones de vida son terribles ya que en una casa o apartamento viven varias familias y es ésta invasión a la privacidad la que eventualmente desemboca en situaciones de peleas, infidelidades, violaciones sexuales a menores, robos, etc.
Muchas veces las viejas costumbres son compañeras inseparables de los paisanos, hecho que queda demostrado al perdurar la costumbre de que las madres de familia mexicanas no trabajen. El hecho de que, desafortunadamente, en nuestro país sufrían de incontables vejaciones debido a la falta de un ingreso económico bien proporcionado debería servir como motivación para superarse y e incorporarse a la cultura de trabajo de los Estados Unidos.
Asimismo, otro hecho es que el término unión libre, con concepción de hijos, es exageradamente habitual. Como resultado, al no haber un compromiso serio de naturaleza legal ni, posiblemente, sentimental, tras el periodo de separación de los padres los hijos tendrán que lidiar con cuestiones legales en conflicto de reconocimientos de paternidad, patrias potestades, pensiones alimenticias, renovaciones de pasaportes, etc. Ante este fenómeno no existe la menor duda de que generaciones futuras repetirán el mismo patrón, que fuera de un juicio de opinión conservador, probablemente no conduzca a consecuencias positivas ya que no existe un núcleo familiar satisfactoriamente establecido.
De igual manera, existe una gran falta de conciencia de los padres al llamar a sus hijos con nombres que son fruto de una imaginación muy pero muy conceptual. Es difícil entender el hecho de que alguien se atreva a llamar a sus hijos con nombres como “Vincelp Tyler” (¿no querrán más bien decir Vincent con T?), “Edwin Jasmin” (¿acaso Edwin no es un nombre de hombre y Jazmín de mujer?), “Yaindhy”, “Jimmy Jesús” “AB” (por el cantante Abraham Quintanilla) o “Dulio Jafe”. Por su parte, apellidos netamente fruto de nuestra rica herencia indígena como “Pintle” o “Tlamintzi”, se ven estropeados con estas invenciones tan terroríficas, que van de lo horrible y ridículo a lo chistoso.
A su vez, no es adecuada la manera despectiva con que algunos migrantes mexicanos catalogan a este país. El hecho de que ciertos estratos sociales de Estados Unidos manifiesten un marcado rechazo hacia otros grupos sociales, no representa una justificación razonable para obviar algunos beneficios brindados a personas que se encuentran ilegalmente en el país y que, a pesar de eso, pueden gozar del servicio de hospitales, por mucho mejor equipados que los hospitales del Seguro Social en México; del servicio de comedores que ofrecen meriendas sin costo alguno para nuestros paisanos; del ofrecimiento de tratamientos completamente gratuitos para tratar el VIH; de los donativos de algunas organizaciones de caridad para obtener muebles y ropa; de las facilidades para la obtención de créditos hipotecarios; y de la avasalladora difusión de ideales sobre trabajo, que buena falta le hace a muchas personas.
Es un hecho que, en su mayoría, los mexicanos u otros migrantes latinoamericanos no se trasladan a Estados Unidos para establecer su residencia basándose en motivos de esparcimiento y placer. Las miserables circunstancias económicas, sociales y políticas que experimentan en sus países de origen son factores determinantes para que éstos opten por hacer de los países receptores su casa. Naturalmente, no es aceptable que pretendan que no hay nada erróneo al conducirse de manera informal e indebida, como lo hacían en su país de origen ya que esa actitud va a resultar contraproducente para ellos mismos como para otras personas.
El presente escrito no cuestiona de ninguna manera los motivos de estas personas para utilizar a la migración como un medio de subsistencia, ni muchos menos el esfuerzo que sobrellevan cotidianamente para subsistir en los Estados Unidos u otros países, empero es de vital importancia la disposición de migrantes mexicanos en Estados Unidos para integrarse a la cultura norteamericana, así como para erradicar los complejos de inferioridad y los pensamientos mediocres a la hora de tomar las riendas de sus vidas. ¿Hasta cuando le vamos a seguir echando la culpa de nuestros fracasos y faltas personales a otros? ¿Por qué siempre le vamos a echar la culpa al gobierno? Bien dijo Octavio Paz alguna vez que las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo. . . . del miedo al cambio. De lo anterior se desprende que la oportunidad de superarse en los Estados Unidos ahí está, es sólo cuestión de que sea aprovechada por los migrantes mexicanos.
En razón de lo antes expuesto, se puede inferir que la migración en cualquier nivel es una cuestión clave de nuestros tiempos. Es claro que urge regularla y encauzarla para explotar sus aspectos positivos y aminorar sus aspectos o consecuencias negativas y pienso que una clave para hacerlo es estudiando a los individuos que la practican. Me parece lamentable, e incluso algo confuso, el hecho de que generaciones pasadas de migrantes mexicanos en Estados Unidos se hayan conducido de manera distinta a las nuevas generaciones, cada vez más perdiendo valores, perdiendo la esperanza, abrazando la mediocridad y estafando y malversando los recursos que otro gobierno que no es el suyo por default les otorga para vivir una vida más digna que aquella que nuestro país no pudo proporcionarles. Con esas ideas su futuro no será brillante y digno en ningún país al que decidan trasladarse, por más desarrollado que éste sea, así de simple.
A. Zan
La población de migrantes latinos a México es todo un evento sociológico y antropológico que por muchisimos años se a estudiado. Es verdad... Recomiendo un libro Cultura Hibrida; entrada y salida a la modernidad. (Nestor García Canclini)
ResponderEliminarGracias por la recomendación.
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